Tengo en la mente la imagen clara de una telaraña. Las ventanas del segundo piso de la casa de mis padres son difíciles de limpiar por fuera, así que algunas áreas poco a poco van revelando las obras de las arañas saltarinas, por las que mi papá siente especial predilección debido a que se comen las moscas. No recuerdo otro día en que aquellos hilos que sirven como decoración para Halloween hayan captado tanto mi atención.
Entonces había terminado una relación, y aunque estaba segura de que esa había sido la decisión correcta, no podía dejar de pensar en el futuro. Me acerqué a la ventana con la intención de ver con claridad el árbol de los vecinos. Un mezquite inmenso que, cuando sopla el viento, estira sus ramas hasta tocar la pared del lado sur de nuestra casa. Su cadencia me produce paz, mas no pude prestarle atención esa vez, porque la telaraña estaba ahí, en el medio, perfectamente aferrada al mosquitero, pero inacabada.
De pronto un pensamiento se activó en mí, y me hablaba desde el borde de aquellos hilos con la claridad de un profeta. Por un instante, me pareció que el curso de mi vida guardaba mucha semejanza con ese tejido. Mejor dicho, sentía que mi vida estaba contenida en él. La telaraña partía de una esquina, y se extendía hacia todos lados de manera desordenada. No había en ella simetría, sino caos, y en un punto, la expansión quedaba suspendida, en espera de que la tejedora volviera para decidir hacia dónde apuntaría el resto de los caminos.
Observé aquella obra con detenimiento. Si pudiera leerla como el mapa de mi vida, diría que las intersecciones eran los momentos clave en que una persona específica había cruzado su camino con el mío, pero ese nuevo hilo trazado, a veces, se detenía. Por alguna razón, la dueña había decidido no darle continuidad a esa opción. ¿O es que así tenía que ser? Entonces la tela de araña continuaba hacia otro lado, y las veredas inacabadas quedaban detrás como pasos devorados por un tiempo que nunca llegaría. Sin embargo, aquel tejido estaba lleno de posibilidades, y los diferentes puntos de encuentro aun no estaban completamente definidos. Habría, quizá, muchos otros que no tendrían lugar en el futuro, y algunos más estarían por aparecer para formar lazos tal vez incluso más fuertes y definitivos. No todo estaba dicho.
Para mí, esa figura de seda guardaba un mensaje claro. La vida es un cúmulo de infinitos caminos posibles, pero tus elecciones materializan solo algunos de ellos, y mientras respires, tu tela de araña continuará tejiéndose. Pensar en eso no me hizo desear menos el conocimiento sobre mi futuro, pero me ayudó a aceptar que los pasos se dan uno a la vez, y que el rumbo incierto que puedan tomar estos es lo que hace la vida interesante. Porque independientemente de que algunos senderos terminen, siempre hallarás otra dirección hacia la cual caminar, y quizá, en el proceso de encontrar eso que buscas, lo que buscas terminará por encontrarte a ti. Cada variante del patrón ha jugado su papel, manteniendo el equilibrio de los hilos en los que seguirás balanceándote. Al final, una parte de ti permanecerá en todos esos lugares, en todos los encuentros y en todas las personas que conociste. Y eso ya es mucho para un ser que a fin de cuentas no tiene la vida segura.
Muy bonita y reflexiva historia acerca de la vida. Hay mucho que aprender de la naturaleza. Sólo hay que abrir los ojos.
¡Enhorabuena!
Muchas gracias por tomarse el tiempo de leer, Doc. En efecto, la naturaleza a veces despierta en nosotros ese conocimiento que necesitamos. Le mando un abrazo fuerte.
Wow !